domingo, 5 de agosto de 2012

SI LA VIDA ME DIERA DE NUEVO, LA OPORTUNIDAD


La profesora hablaba del verano, de lo que iba a hacer en las vacaciones, o de vaya a saber qué. Realmente no me interesaba. Mi mente estaba perdida en otra cosa. Era el último día de liceo, y acababa de percatarme que tal vez, sea la última oportunidad que tenga de decirle a Andrea cuanto la quiero.

A su derecha estaba Gabriela, su mejor amiga, y a su izquierda estaba yo. Los dos custodiando la amistad de Andrea. Me pregunto si mis sentimientos serian evidentes para todos. ¿Qué hablarían Andrea y Gabriela sobre mí? De repente, fui raptado de mis pensamientos por las carcajadas de toda la clase. Gerardo y Guzmán hicieron una bobería en la otra punta del salón, y habían despertado las risas de todos.
–Estos dos no fallan, – dijo Andrea volviéndose hacia mí –no paran las payasadas ni siquiera el último día.

No pude más que asentir con la cabeza. En sus cachetes se formaban dos pequeños huequitos cuando se reía, y su rostro se volvía aún más hermoso para mí. La misma cara que había sido mi cómplice tantas veces. La misma sonrisa que había reído de mis bromas, cuando nadie más reía. Y la que había despertado en mí, el nervioso tronar de tambores, que en ese momento había en mi pecho.

Todos reían y hablaban, dejando correr el tiempo hasta que sonara el timbre y comenzaran las vacaciones. Pero yo no. Ese día, Andrea tendría que escuchar mi confesión.

De las paredes colgaban coloridas carteleras, que exhibían dibujos y collages de los pequeños del horario de la mañana. Torpes artesanías testigos de otras vidas más inocentes y despreocupadas. Muy sencillo hubiera sido en la infancia, pero en ese momento era distinto. No era un juego.

El timbre sonó puntual, marcando la hora de salida. Gerardo y Guzmán lo festejaron como si fuera un gol en un partido de fútbol. Todos nos reímos divertidos, pero se respiraba cierta melancolía en el ambiente. Estábamos concientes de que un ciclo terminaba.

Bajamos ruidosamente por la escalera, vociferando, entre carcajadas y correteos. Al llegar a la salida, nos saludamos levantando la mano, como si para el lunes próximo todo continuara igual.

Andrea y yo nos fuimos caminando juntos, como lo hicimos durante todo el año. Fuimos hablando del tráfico, del clima, de Alanis Morissette, de Gabriela, Gerardo, Guzmán, y todas las anécdotas. Cada palabra era invalorable, y a la vez, no tenían importancia alguna.

Durante la última cuadra juntos, ya se habían agotado los temas de conversación, y marchábamos en silencio. Ella caminaba distraída, y yo ensayaba un millón de frases en mi cabeza. Llegamos a la esquina, donde nuestros caminos se dividían habitualmente. El momento había llegado. Nos miramos a los ojos, un instante que duro una eternidad.
–Bueno… – me dijo, y me dio un beso en la mejilla – nos estamos viendo.

El semáforo cambió a verde, y ella comenzó a cruzar la calle. Con manos invisibles traté de manotear su brazo, e impedir que se fuera. Pero no pude. Traté de gritar, pero tampoco pude. Como estaqueado en el piso, no pude más que verla ir, en silencio, y para cuando la luz estuvo en rojo, ya sabía que sería para siempre. Un terrible peso me hundía y ahogaba en sinuosas aguas: la cobardía.

Nunca más la volví a ver, y me juré por lo más sagrado, que eso no me volvería a pasar.

Ya han pasado más años de los que tenía entonces, y he caminado por esta esquina incontables veces. El olvido se llevó lo de aquella vez, hasta hoy.
Vaya uno a saber porque jugarreta del destino, como si esta fuese una escena a continuación de la vivida tantos años atrás, el cruce que antes nos separó, hoy nos volvió a reunir.

Nos vimos uno a cada lado de la calle, y en seguida nos reconocimos. El semáforo cambió a verde y vino directamente a mi encuentro. Estuvimos frente a frente otra vez. En mi mente se revivieron todos los momentos del lejano pasado, y mis ojos contemplaron en su rostro, aquel donde se formaban dos huequitos al reír, el inexorable pasar de los años. El recuerdo de ese instante, donde solo pude quedarme en silencio, se hizo presente, y aliviado pensé: ¡Ufff! ¡Menos mal!

El_Hincha


9 comentarios:

Detaquito dijo...

Caramba, yo no autorice a que publicaras la historia de mi vida :P

Romina dijo...

Hola! Qué fue ese final??? Aliviado de haberte quedado en silencio?
Qué envidia, a mi me pasó todo lo contrario cuando lo reencontré (pucha, casado)

El_Hincha dijo...

Deta: Cualquier coincidencia con la vida real, es eso, coincidencia.
Lo pueden discutir nuestros abogados, nuestros padrinos, o la dejamos por esa...

Romina: No necesariamente todo lo que se cuenta en Imperial y Bizcochos son 100% experiencias personales, o reales.

En cualquier caso, la vida es como caminar por la playa. Podes darte vuelta, y ver mas o menos de donde venis. Pero en ese camino, ¿podes asegurar cuales son tus huellas y cuales son ajenas? ¿Cuales se borraron, y cuales van a perdurar?

Humberto Dib dijo...

Llegué hasta aquí por casualidad, digamos. Leí el texto sin preconceptos y me encontré disfrutando de la manera de relatar, eso me gustó.
Coincido, lo que uno escribe no tiene por qué ser real, si no, se convertiría en un diario íntimo.
Con tu permiso, me quedo como seguidor.
Un abrazo.
HD

Romina dijo...

Perdón, no te adjudiqué el protagonismo de la historia. Es verdad que al decir "aliviado" no se define claramente si es él o vos. Solo quise corroborar si había entendido bien, si fue así lo que quisiste decir. A veces dejar cosas sin decir a la larga puede resultar un acierto. En mi caso particular, no lo fue y a esta altura creo que me quedaré con la duda. Me gustaron los aportes que hiciste en mi blog. Hasta pronto

El_Hincha dijo...

Romina y Humberto, ¿que más les puedo decir, que no sea gracias y bienvenidos?

f dijo...

y?
y?


y?

(mergatlr 15)

Romina dijo...

jajaja!!! estoy en la lista de "gente que sabe lo que hace" pero no sé como lo hice !!!
gracias por la bienvenida y me alegro q ud se haya sentido a gusto en mi casa

El_Hincha dijo...

Romina, es una distinción, pero también una responsabilidad