lunes, 19 de agosto de 2013

BIENVENIDO A SOSA DIAS



Manuel ya no era tan joven para emprender la aventura en la que se encontraba, pero si lo suficientemente entusiasmado. La rutina le provocaba claustrofobia, y anhelaba algo más allá del horizonte. Cansado de lo habitual, cargó en su mochila, un libro por leer, otro por escribir, y dejó todo lo que tenía para encontrar quien sabe que.




Ya sea por el cansancio o por el calor de las tardes de febrero, esa mochila pesaba hoy más que nunca, y las piernas lloraban cada paso. A su alrededor se extendía un descuidado campo en múltiples tonalidades de verde, y bajo sus pies un camino de balastro. Por la forma en que el pasto lo engullía el camino, y como las chircas lo angostaban, nadie lo había transitado desde hace mucho tiempo atrás.
Los pájaros estaban ausentes y los árboles con sus ramas estáticas. No había testigos del pasar de Manuel, salvo sus propias huellas. De no ser por el canto histérico de grillos y cigarras, se podría asegurar que el mundo estaba detenido.

Fue entonces que al pegar una curva, se encontró con un cartel que lo recibía: “Bienvenido a Sosa Dias”.
El lugar era un grupo de cinco casas, tan venidas a menos como el camino. Las paredes de un color que antiguamente fue blanco, con pedazos de revoque caído, exponiendo viejos ladrillos, y con alguna planta o enredadera creciendo entre las rajaduras, sostenían restos de techo, que albergaban entre tirantes algún nido de hornero.
Frente a ellas, los yuyos dejaban adivinar una casi invisible vía férrea, sobre la que reposaba un viejo vagón del que solo quedaba la estructura de hierro.

A un costado, la estación del tren, como recuerdo de una época prosperidad que nunca llegó. En el frente de la estación había una banca, y sentados en ella dos viejos aprovechaban la sombra.
Uno de ellos se acercaba a los setenta. El otro evidenciaba una edad aún mayor, pero imposible de determinar. Casi como si ya hubiera envejecido tanto como se pueda envejecer.

El más viejo vestía un pantalón de pana gris, y un buzo de lana marrón. Ambas prendas tan desgastadas como inapropiadas para ese clima. En sus manos, termo y mate eran manipulados con destreza. El otro tenía un pantalón de tela, una camisa remangada, y un gorro de visera. Con su mirada, seguía los pasos de Manuel.
Al verlos, Manuel saltó las vías del tren, y se acercó a los ancianos.
–Buen día –dijo el más joven de los dos, quien tomó el mate de las manos de su compañero y lo extendió en dirección a Manuel.
–Buenas… –respondió Manuel, quien rechazó el ofrecimiento haciendo un gesto con su mano derecha.
–Ya era hora que viniera, lo estábamos esperando –replicó el más viejo.
–¿Cómo que me estaban esperando? –preguntó Manuel– Si ni saben como me llamo.
–Eso es verdad –respondió el viejo– pero no deja de ser cierto lo otro.
–A veces no queda más que esperar –argumentó el otro. Por cierto, yo soy Dias.
–Y yo soy Sosa. ¿El señor es…? –preguntó el más viejo.
–Manuel… ¿Ustedes son Sosa y Dias? ¡Como el pueblo! –exclamó Manuel.
–Bueno… No. En realidad es al revés –aseguró Dias.

Un descolorido repasador con dibujos de tomates, zanahorias, un choclo, y otros elementos de ensalada, cubría una canasta. Dias, al ver la mirada curiosa de Manuel, destapó la canasta y la alzó hacia Manuel invitándolo a servirse. Dentro esperaban unas torta fritas a las que no pudo negarse. Tomó una y se sentó junto a sus anfitriones.

–Cuando yo llegué el nombre era solo “Sosa” –relató Dias. Ni se imagina el revuelo que se armó cuando propuse cambiar el nombre al pueblo. Pero al final encontramos la forma de solucionarlo.
–Hicimos elecciones –agregó Sosa.
–Y en las tres primeras no logramos nada. –continuó Dias. El resultado de la primera fue un empate. En la segunda hubo una denuncia de fraude, ya que el resultado había sido sospechosamente igual que en la primera. Cuando en la tercera sucedió lo mismo, nos dimos cuenta de que era lo que pasaba.
–Es que solo éramos dos –argumentó Sosa.
–Al final, ya ni me acuerdo como, pero el asunto se solucionó –concluyó Dias.
– ¿Cómo se apellida usted? –preguntó Sosa a Manuel.
–Serrano –respondió Manuel.
Dias arqueó la boca y mirando a Sosa comentó: “me parece bien”.

Algunas palomas se acercaron invitadas por las migas que caían al piso, el viento se hacia presente junto con algunas nubes que matizaban el cielo, y el Sol iba bajando mientras la charla continuaba.

–Me acuerdo cuando el pueblo se llamaba “Sosa Pereira” –contó Sosa. El pobre Pereira se enfermó de tiempo. Se ponía cada vez peor, hasta que un día vino una noche y se lo llevó. Era buen tipo, pero muy aburrido. Se sabía tres historias, y las contaba una y otra vez, solo les cambiaba el final. Así catorce años. Aguantó poco Pereira…
– ¿Usted se sabe alguna historia, Serrano? –Le preguntó Dias a Manuel.
–Algunas las sé, y otras me las invento –respondió Manuel.
– ¡Pero cuente entonces! –pidió Dias.
–Bueno, ya me voy yendo… –interrumpió Sosa, quien se puso de pie y tomó una bolsa que había junto a la banca. Saludó a los otros dos, y comenzó a caminar por donde Manuel había llegado.

Sin saber que había conseguido lo que deseaba, pero no lo que quería, Manuel comenzaba el relato, y Dias escuchaba atentamente. Mientras tanto, las últimas luces del Sol alumbraban tenuemente el camino para Sosa, quien dejaba atrás un cartel que rezaba: Bienvenido a Dias Serrano.


El_Hincha
 

viernes, 28 de junio de 2013

MACRAMÉ






Son ocho hebras que se trenzan, todas emparejadas por color.
Forman un hermoso tramado, que decora mi andar.
Una es para mi, seis son para ustedes, y la octava te espera a vos que todavía no viniste. No se ni quien sos, pero ya vas a llegar.
Admito honestamente que algunas son más fuertes que otras. Eso es innegable. Pero todas se unen en un firme nudo, entreverado, difícil de desatar.
Ese nudo es mi mayor logro, mi orgullo, lo mejor que tengo. Sin saber como lo conseguí, ahí esta, la alegría universal que me completa. ¡Pobre de mí, el día que el nudo se deshaga!


El_Hincha

domingo, 10 de febrero de 2013

LOSING MY RELIGION




Realmente no lo entiendo… parece tan sencillo pero evidentemente no lo es… Parecería una cuestión de oferta y demanda, algo casi matemático, y sin embargo se da de la forma opuesta.

¿Cómo puede ser que la iglesia cristiana tenga más seguidores que el movimiento rastafari?
Los cristianos te ofrecen Dios, paz, y amor. Y los otros: Dios, paz, amor, reggae, y porro.



El_Hincha

domingo, 13 de enero de 2013

SOBRE PREJUICIOS NO HAY NADA ESCRITO



Daniel era un tipo lleno de prejuicios. El tenía prejuicios sobre todo, y todos ellos recubiertos con una connotación negativa. Desde los prejuicios más habituales de la sociedad, como que un gallego es tonto, un judío es tacaño, o que las mujeres no saben conducir un auto. Hasta prejuicios fuera de lo común como que dos hombres de la mano besándose acaloradamente son jugadores compulsivos, que un fumador es un impuntual, o que los paseadores de perros son todos vegetarianos. Sin dudas para Daniel, no había límites en el campo del prejuicio.

Todavía lo recuerdo diciendo, “aquel habla inglés, es un imperialista”. “aquel barbudo, es un marxista”.

El prejuicioso estándar busca cierta aprobación en el otro, te golpea con el codo, apunta con el dedo y comenta “mirá lo que parece con esa ropa”. Es una suerte de buscar asociación por el lado de tener un enemigo en común. Pero Daniel era distinto, era el prejuicioso absoluto. El era su propio socio, y todos los demás sus enemigos en común.



“Una persona rapada es un skin head, y un peludo es un fumeta. Una persona del campo es ignorante, y una de la ciudad es un torpe que no sabe hacer tareas manuales”.

Tantos prejuicios tenia, que era imposible hablar con el, sin que el tema de conversación fueran los demás. Una vez me lo encontré en la calle, murmurando.
–Esa vieja toda maquillada “esta buscando”, y al lado el marido, ¡flor de cornudo! – dijo levantando la voz al final.
–Hola Daniel, – le dije –  ¿Estas hablando solo?
–¿Y que querés? – Me respondió – mirá aquellos dos viejos ridículos.
–Pero… ¿No son tus padres?
–Si, ¿y?
Según pude saber, esa fue la última vez que Daniel vio a su familia. Al parecer “la familia es para acomodaticios, que buscan un vínculo de sangre para sacar ventajas”. Y quedó sin familia.

“Internet es para trastornados, el arte es para afeminados, la música es para idiotas, y las tres son perdidas de tiempo”.

“Los argentinos son todos engreídos, los colombianos son todos narcos, los paraguayos son todos contrabandistas, los mexicanos son todos atorrantes, y los uruguayos son todos xenófobos”.

De a poco se empezó a ver envuelto dentro sus propios prejuicios, y optó por ir escapando. Me dijo una vez, “los que hacen ejercicio son todos una manga de onanistas que les gusta mirarse al espejo para excitarse consigo mismo”, mientras levantaba una mancuerna de 20 kilos. Esa fue la última vez que lo vimos en el gimnasio.

“Leer es para pretensiosos que se creen inteligentes”, entonces el no leía. “La televisión es para idiotas”, entonces el no miraba televisión.
“Los amigos son para personas inseguras que necesitan aprobación”, entonces dejó de tener amigos.
El no iba a trabajar, porque trabajar era para esclavos serviles. Y no hacer nada era de vago.

Hasta que un día cayó en la cuenta de que un prejuicioso era un prejuicioso.

Así sucedió, que se fue quedando solo, encerrado, vacío. Primero sin sombra, después sin color, sin cuerpo como en un estado casi gaseoso, hasta que finalmente se desvaneció. Siempre preocupado por los demás, no por los defectos ajenos, sino que atemorizado de que alguien pueda notar los suyos.

¡Un reverendo gil! Pero quien soy yo para juzgar…


El_Hincha



Y su hijo continuará el legado de prejuicios...

miércoles, 19 de diciembre de 2012

SE TERMINA EL MUNDO



Imagino una larga mesa, con un gran mapa del mundo atrás, y en ella sentados unos tipos de traje. Los mismos tipos que cortan el bacalao. Entre ellos, la CIA, el FBI, la NASA, el club de Leones de Salinas, presidencia de USA, Juan Carlos Google, y algunas organizaciones secretas que su sola mención es una sentencia de muerte.
Todos mirándose a la cara en un terrible silencio. Difícil se hace respirar en ese aire espeso de humo de cigarrillos, tensión, y nervios. De repente, uno de ellos toma coraje, se pone de pie, golpea con su puño cerrado la mesa, y le dice al resto: "¡el que saque el palito mas corto le explica a la gilada que el 21 no se acaba el mundo!"




El_Hincha
 

domingo, 5 de agosto de 2012

SI LA VIDA ME DIERA DE NUEVO, LA OPORTUNIDAD


La profesora hablaba del verano, de lo que iba a hacer en las vacaciones, o de vaya a saber qué. Realmente no me interesaba. Mi mente estaba perdida en otra cosa. Era el último día de liceo, y acababa de percatarme que tal vez, sea la última oportunidad que tenga de decirle a Andrea cuanto la quiero.

A su derecha estaba Gabriela, su mejor amiga, y a su izquierda estaba yo. Los dos custodiando la amistad de Andrea. Me pregunto si mis sentimientos serian evidentes para todos. ¿Qué hablarían Andrea y Gabriela sobre mí? De repente, fui raptado de mis pensamientos por las carcajadas de toda la clase. Gerardo y Guzmán hicieron una bobería en la otra punta del salón, y habían despertado las risas de todos.
–Estos dos no fallan, – dijo Andrea volviéndose hacia mí –no paran las payasadas ni siquiera el último día.

No pude más que asentir con la cabeza. En sus cachetes se formaban dos pequeños huequitos cuando se reía, y su rostro se volvía aún más hermoso para mí. La misma cara que había sido mi cómplice tantas veces. La misma sonrisa que había reído de mis bromas, cuando nadie más reía. Y la que había despertado en mí, el nervioso tronar de tambores, que en ese momento había en mi pecho.

Todos reían y hablaban, dejando correr el tiempo hasta que sonara el timbre y comenzaran las vacaciones. Pero yo no. Ese día, Andrea tendría que escuchar mi confesión.

De las paredes colgaban coloridas carteleras, que exhibían dibujos y collages de los pequeños del horario de la mañana. Torpes artesanías testigos de otras vidas más inocentes y despreocupadas. Muy sencillo hubiera sido en la infancia, pero en ese momento era distinto. No era un juego.

El timbre sonó puntual, marcando la hora de salida. Gerardo y Guzmán lo festejaron como si fuera un gol en un partido de fútbol. Todos nos reímos divertidos, pero se respiraba cierta melancolía en el ambiente. Estábamos concientes de que un ciclo terminaba.

Bajamos ruidosamente por la escalera, vociferando, entre carcajadas y correteos. Al llegar a la salida, nos saludamos levantando la mano, como si para el lunes próximo todo continuara igual.

Andrea y yo nos fuimos caminando juntos, como lo hicimos durante todo el año. Fuimos hablando del tráfico, del clima, de Alanis Morissette, de Gabriela, Gerardo, Guzmán, y todas las anécdotas. Cada palabra era invalorable, y a la vez, no tenían importancia alguna.

Durante la última cuadra juntos, ya se habían agotado los temas de conversación, y marchábamos en silencio. Ella caminaba distraída, y yo ensayaba un millón de frases en mi cabeza. Llegamos a la esquina, donde nuestros caminos se dividían habitualmente. El momento había llegado. Nos miramos a los ojos, un instante que duro una eternidad.
–Bueno… – me dijo, y me dio un beso en la mejilla – nos estamos viendo.

El semáforo cambió a verde, y ella comenzó a cruzar la calle. Con manos invisibles traté de manotear su brazo, e impedir que se fuera. Pero no pude. Traté de gritar, pero tampoco pude. Como estaqueado en el piso, no pude más que verla ir, en silencio, y para cuando la luz estuvo en rojo, ya sabía que sería para siempre. Un terrible peso me hundía y ahogaba en sinuosas aguas: la cobardía.

Nunca más la volví a ver, y me juré por lo más sagrado, que eso no me volvería a pasar.

Ya han pasado más años de los que tenía entonces, y he caminado por esta esquina incontables veces. El olvido se llevó lo de aquella vez, hasta hoy.
Vaya uno a saber porque jugarreta del destino, como si esta fuese una escena a continuación de la vivida tantos años atrás, el cruce que antes nos separó, hoy nos volvió a reunir.

Nos vimos uno a cada lado de la calle, y en seguida nos reconocimos. El semáforo cambió a verde y vino directamente a mi encuentro. Estuvimos frente a frente otra vez. En mi mente se revivieron todos los momentos del lejano pasado, y mis ojos contemplaron en su rostro, aquel donde se formaban dos huequitos al reír, el inexorable pasar de los años. El recuerdo de ese instante, donde solo pude quedarme en silencio, se hizo presente, y aliviado pensé: ¡Ufff! ¡Menos mal!

El_Hincha


domingo, 22 de julio de 2012

MIS DESCARGOS SOBRE LAS FARMACIAS


Desde mi llegada a los veintidiez, he padecido cosas como unos “¡aaaah!” en la espalda, “¡oughhh!” en los intestinos, gripes que me dejan hecho pelota, y un “clack” diario en la rodilla izquierda.

Caída del pelo, algunas canas, y la tendencia a hablar de enfermedades, son síntomas de que el tiempo ha pasado, y que estoy caminando por la frontera entre la juventud, y esa que no queremos nombrar… la vejez. Todo esto me ha llevado a visitar más seguido la farmacia, y a observar algunas cosas…


Normalmente tengo “oculo-titilancia”, es decir, que me salta un ojo, y no le doy mucha importancia. Pero ese día tenía “doble oculo-titilancia” o “binoculotitilancia”. Así que concurrí a la farmacia para hacer lo que uno debe hacer cuando tiene algún mal extraño: automedicarse.

Cuando entré, un “ding-dong” anunció la llegada del nuevo cliente. A mi derecha había una balanza, que ¡por solo dos pesos te daba tu peso exacto! Pero… ¿quién recoge las monedas de la balanza? ¿Estos dos pesos incluyen IVA? ¿Estoy pagando impuestos por esto? Porque a mi no me dieron ningún comprobante… ¡Acá hay evasión fiscal!

Todo a mi alrededor había un despliegue de artículos de higiene, pañales y otras cuestiones para bebes, cosméticos, y juguetes. Todas las farmacias venden juguetes, y la gente los va a comprar allí como si fuera algo lógico. ¿Cuál es la relación entre los medicamentos y los juguetes?

En el ambiente se respiraba el “olor a farmacia”. ¿Que es el olor de las farmacias? ¿Es el resultado de la gran concentración de medicamentos? ¿O es el olor a la enfermedad? ¿Es una nube de gérmenes y microbios, generada por la visita de todos los clientes anteriores, que te invade cuando entras, empeorando la condición que te llevo a este lugar? Millones de tosidas y estornudos han sucedido en este lugar a lo largo de años, y aquí estoy yo, listo para respirarlos todos juntos.


Al fondo de la habitación, el mostrador, que separa el área de los simples mortales, y el área donde están los empleados de la farmacia con las multicolores cajitas de medicamentos. De aquel lado, el engominado farmacéutico, con su pulcra túnica blanca, esperaba mi consulta.
¿Por qué viste una túnica? No es doctor, ¿o el farmacéutico hace un juramento hipocrático? Y tampoco prepara los medicamentos como se hacía antaño. ¿Pretende generar empatía, y que uno le cuente sus problemas? Yo sé que las viejas lo hacen, pero también le cuentan todo a uno si comete la tontería de sentarse junto a ellas en el ómnibus. Pues el farmacéutico no es más que un comerciante como cualquier otro. Que no se haga el salado porque tiene túnica. Yo no veo que en el kiosco de revistas usen túnica. El plancha que hace delivery también trabaja en la farmacia, y no le dan túnica.

Pedí lo que quería, pero me ofreció otra cosa “con la misma droga”. Crucé los dedos, y acepté. Entonces, el farmacéutico fue a otra habitación a buscar mi medicina. Mientras, descubrí una interminable variedad de folletos sobre el mostrador. Todos hablaban de las bondades de algún medicamento. ¿Cuál es la finalidad de estos folletos? ¿La gente se los lleva para leerlos? ¿Se supone que yo debo ver un folleto, sentir curiosidad, y preguntarle al empleado de la farmacia “che, esto es bueno”, como quien pregunta al verdulero si las naranjas están jugosas?



Ya de vuelta, el farmacéutico tecleó algunas cosas en su pc, levantó la mirada y me dijo: con el descuento, son $ Xxx. ¿Qué es esto de “con el descuento”? Siempre es “con el descuento” en la farmacia, por lo tanto, no existe tal descuento sino que lo que cobran es el precio real. ¡No me hagan publicidad engañosa!

¿Qué pasa con las bolsas chiquititas de las farmacias? Acabo de comprar un blister, y el farmacéutico tuvo que luchar para ponerlo dentro de la bolsita. ¿Era necesaria esta inútil bolsa minúscula? ¿Qué se supone que voy a hacer con esto? ¿Cuál es el sentido de esta bolsa? Este blister lo puedo guardar en el bolsillo. Además, la bolsa es muy explicita en el hecho de que proviene de una farmacia, y si la idea es ocultar el hecho de que estoy enfermo, fallan rotundamente.

Menos sentido tiene aun, si uno compra un frasco para análisis. Ahí tampoco logra ocultar nada. En ese caso es evidente. Estas llevando una bolsa con una cruz amarilla en un fondo azul, donde se nota claramente que hay un recipiente dentro. ¿Qué voy a estar llevando? ¿Un tarro de mermelada?

Volviendo para casa, vi lo que dice en la bolsa: “la farmacia de su barrio, agradece su confianza” ¿A que se refiere con “confianza”? ¿No me van a vender el mismo medicamento en cualquier farmacia? ¿Tengo que continuar en esta, porque en otra me pueden dar una porquería que no me cure, o que me haga mal?

De vuelta en casa, me encomendé a los dioses de la cajita amarilla y blanca, pastilla, vaso de agua, y a esperar que se me pase…

El_Hincha