viernes, 22 de octubre de 2010

CALDERITA DE LATA


La noche había sido demasiado larga. Normalmente las tormentas funcionan como un arrullo que me ayuda a dormir, pero esta vez no fue así. El viento sacudía sin descanso los árboles de Marindia, y la lluvia golpeaba con fuerza. Los perros estaban asustados dentro de casa, y la incesante caída de rayos no colaboraba en lo más mínimo.

Finalmente llegó el amanecer, y de su mano, la calma. El cielo continuaba gris, pero la lluvia se había detenido. Estaba muy lejos de poder conciliar el sueño, y estaba harto de mirar el techo. Así que decidí salir en mi bicicleta a buscar la derrota para mi vigilia.

Pedaleada tras pedaleada iba avanzando rumbo a la playa en esa fría mañana. Había ramas y árboles caídos por doquier. Varias columnas del alumbrado se habían rendido ante el fuerte viento, y todas las casas mostraban de alguna u otra forma, el resultado de la violenta tormenta.

Llegue a la playa, donde la soledad era absoluta. Ni siquiera las gaviotas estaban en la playa. No había más ruido que el de las olas y el zumbido del viento. El agua presentaba una extraña tonalidad verdosa. La arena estaba sucia de plantas marinas, peces muertos, restos de madera, y otras cosas traídas por el mar. No había sido una tormenta cualquiera.


Arrastre mi bicicleta hasta un lugar limpio cercano a la orilla. Tomé asiento y me dispuse a contemplar el espectáculo de rayos que se dibujaban en el horizonte, donde el cielo estaba más ennegrecido, y la tormenta continuaba. Había un cierto magnetismo en lo que mis ojos veían. Era irresistible, y el transcurrir del tiempo pasó a ser algo fuera de mi consideración.

En un parpadeo, el encanto de los rayos me había llevado al mar. Tenía el agua hasta las rodillas, y la tormenta ya no era un deleite en la lejanía, sino que se había vuelto sobre mí. Las olas me golpeaban fuertemente, pero estoico resistía en pie.

El aire estaba enrarecido. Se me hacia muy difícil respirar, y un olor repugnante lo invadía todo. De pronto, una inmensa quietud. Ni siquiera se escuchaba el viento o el golpetear de las olas, solamente mí agitada respiración. Unos metros frente a mí, el agua comenzó a describir extraños movimientos, y de allí emergieron tres enormes figuras.

El olor era aun mas intenso. La violencia de la tormenta era sobrenatural, y contrastaba con la calma absoluta en el mar. Los tres seres que tenia frente a mi no realizaron el más mínimo movimiento, y yo tampoco aunque hubiese querido. Estaba realmente aterrado.

Median cerca de tres metros de altura. Por debajo de la cintura se asomaba una escamosa piel gris que se internaba en el agua. La parte superior era de apariencia humana. Dos de ellos portaban arpones en su mano derecha, y escoltaban a la figura central que esgrimía un tridente. Este último ostentaba una abundante barba, que de cierta forma indicaba una mayor edad. Su mirada, firme y severa, estaba dirigida hacia mí. La tensión del momento era insoportable.

-¿Qué hace’ Rey Triton? ¿Cómo anda la Sirenita? -le dije.
Acto seguido vi como su seño se fruncía, y sentí como si un millón de rayos traspasaran mi pecho. Baje la mirada y vi que era el tridente que me atravesaba de lado a lado. Caí de rodillas, escupí sangre, y le dije: “Te calentas por nada, loco… Al final, los dioses mitológicos no se bancan una…”


El_Hincha

3 comentarios:

Not just a moustache dijo...

¿Tas seguro que era en Marindia?
A mí me la habían contado como de Salinas esta historia.

El_Hincha dijo...

No, no! Marindia seguro... te lo juro (mientras me beso el dedo indice, primero vertical y despues horizontal, como haciendo una cruz)

Detaquito dijo...

Hincha, sos un diferente, sabelo!