viernes, 10 de diciembre de 2010

YO 49

Los niños y los viejos gozan de impunidad verbal. O sea, que te dicen cualquier cosa y te la tenes que bancar. Unos lo hacen por inocencia, desconocimiento, curiosidad, o simplemente para llamar la atención, y los otros lo hacen porque son niños. No recuerdo haberlo hecho de niño, pero desde ya voy planificando una vejez de lengua afilada. Tal vez como una suerte de revancha contra el mundo en si mismo.

¿Quién no los ha visto? Confundiendo el sexo de una muchacha de pelo corto. Equivocando sistemáticamente el nombre de tu señora con el de tu ex. Preguntando por temas que son tabú en la familia. Recordando anécdotas, que dejan a alguien en ridículo frente a los demás. O por su lado los niños preguntando por peludos lunares, verrugas, o por que “aquel señor solo tiene un brazo”. La lista puede ser interminable.

Uno de los lugares donde se juntan las potencias del libertinaje hablado, son las fiestas de cumpleaños. Hay que manejarse con cuidado en ese ambiente hostil, cualquier movimiento en falso puede suscitar un comentario incomodo.


Y ahí estaba yo. En una fiesta de cumpleaños. Cómodamente sentado junto a la comida y bebida, pensando que la próxima vez debería declararme enfermo o encontrar alguna otra excusa. Es que no se puede ir a una fiesta donde solamente se conoce al festejado, sobre todo si uno cuenta con mi facilidad para no socializar.

Con mi vaso lleno y los platos a mi alrededor vacíos, decidí ponerme de pie e integrarme a un grupo de conversación. En particular, un grupo que hablaba de fútbol, y destacaba la excelente campaña de El Tanque Sisley.

En medio del trayecto, me interceptó un representante de los impunes verbales. La vi venir, pequeña, con sus cachetes colorados de tanto ir y venir, inquieta, con la sobreexcitación que les produce la ingesta excesiva de Coca Cola, con alguna mancha de salsa de tomate en su vestido (producto de comer con descuido propio de su edad). Allí estaba, Doña Ligia.

Doña Ligia me detuvo con un gesto con su mano derecha, mientras tenía la vista puesta en mis pies. En ese momento, ya supe lo que se me venía.
–Pah! ¿Cuánto calzas? ¿Cómo cuarenta y cinco? –Me preguntó Doña Ligia.
–Cuarenta y nueve –respondí, mientras buscaba la forma de huir.
–¡CuARENta y NUEve! –dijo Doña Ligia, con los ojos bien abiertos y un tono de voz demasiado alto que alertó a todos los presentes.



Los curiosos ya se acercaban, y Ligia continuó con su cuestionario.
–¡Vos dormís parado! –me dijo.
–¡Jo jo! ¡Que ingeniosa! ¡Eso nunca me lo habían dicho! –le respondí con mi peor cara.

Lo mismo hubiera sido que levantara un cartel con la palabra “ironía”, ya que Ligia no presto la mínima de atención en mi respuesta. La fascinación con mis pies continuaba, y había un murmullo entre los presentes.

–¿Y conseguís championes? –me preguntó.
–Bueno, no es tan sencillo… ¿Por qué lo pregunta? ¿Me quiere regalar un par? –respondí, tratando de ser lo más molesto posible, en señal de que no me interesaba este tema de conversación.
–Cuidado no te vaya dar una patada con esas patas –dijo uno de los presentes.
–¡Juaaaa! Te pone en orbita –le respondió otro.
–A este lo ponemos a atajar en el partido del sábado –comentaron dos de los que antes hablaban de fútbol –con esas patas no pasa una pelota.
–Gracias por la invitación –respondí nuevamente con ironía – Nadie lo había propuesto nunca.
–¡Aguante Patoruzú! –coreaban en el fondo.


Esto ya se estaba yendo al carajo, y todo por culpa de la vieja molesta, que me seguía hablando, mirándome los pies, y contándome del hijo de no se quien que jugaba al basketball que también tenia pies grandes…

–La última vez que se compro zapatos, Greenpeace le hizo una manifestación en la puerta de la casa, por la cantidad de vacas que tuvieron que matar para conseguir el cuero –comentaban entre risas otros dos.
–¡Paterson y yo vamos a la playa! –dijo una chica bonita, rememorando una vieja publicidad.

¿Dónde esta mi amigo? El cumpleañero. El que me tiene que salvar de esta situación. Lo busqué con la mirada, y lo encontré explicándole a otro que “con esas canoas, no me ahogaba en las inundaciones”. Claramente, no tenía ejercitado el músculo de la originalidad.


Se me estaba acabando la paciencia. ¿Por qué todo el mundo piensa que son los primeros en notar mi talla de calzado? Y peor aún, ¿por qué piensan que hacer comentarios al respecto no es molesto?

–Es como Bob Patiño, el de los Simpson –Comentó un joven de lentes.
–Me dejas patitieso –le respondió otro joven que estaba a su lado.
–Vamos a llevarlo a un viñedo, para que ayude a pisar uvas –dijo un veterano, que parecía bastante interesado en el tema de las uvas, sobretodo en el formato “vino” de las mismas.
–¡Salud por Harry y los Henderson! –brindaba un pelado que estaba jugando al truco.

En ese momento, llegó desde el sector que había denominado como el de “los borrachines”, un clásico de todos los tiempos: “¡Che! ¿Es cierto lo que dicen, de los pies grandes y el importante tamaño del amigo?”
Claro que es interesante dejar circular esa fama, pero a esa altura ya estaba rojo de bronca (y de vergüenza por la exposición). ¿Cuánto más podía durar esto? Ya era más que suficiente. Había que poner fin al asunto. Así que di la respuesta, tal vez menos acertada: “No se… pregúntale a tu mujer”

Como un bólido se me vino encima… y… hasta ahí recuerdo…

El_Hincha

3 comentarios:

Detaquito dijo...

¿Cuanto clazas?


:P


Hay que tener mucho cuidado con las viejas, yo por eso suelo golpearlas, es lo mejor que podes hacer, y a los niños, asustarlos :)

Chamugiando dijo...

jaja, me gusto la historia, son situaciones complicadas si. sobretodo cuando agarran confianza los soretes sin conocerte.
buena respuesta, ahora, la dejaste renga a la señora? jaj
salud

Anónimo dijo...

hace tiempo sostengo firmemente quie bob patinho es una clarisima alusion a la mariguana, su pelo es una chala, se llama como el gran icono fumata, busca "hacerle daño a la juventud" (visión conservadora claro està)
en fin
me parece innegable

idioteche.blogspot.com